En otros países, los combates gallísticos generan millones de dólares. En Panamá, la industria carece de la organización y el incentivo necesarios para que despegue a pesar de su popularidad. Además no hay quien regule la actividad.
Por: Vianey Milagros Castrellón
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Son las 7:30 p.m. de un sábado y los ánimos se empiezan a caldear en la gallera del Rincón de lo Nuestro, en San Miguelito. “Vamos a ver si esa gallinita fea puede ganar”, corea uno de los cientos de adictos a esta tradición heredada de los españoles que ha evolucionado en un negocio que trata de sobrevivir a punta de pico y espuelas: la pelea de gallos.
“Este es un negocio que a veces es lucroso, a veces no. Todos los sábados jugamos entre amigos. Yo soy dueño y cuidador de gallos. Gracias a Dios me ha ido bien, no como quiero, pero ahí vamos, por lo menos sale para los gastos y para llevar 10 centésimos pa’ la casa”, dice Luis Alberto Camargo, un micro empresario que desde hace seis meses decidió incursionar en el mundo de los gallos y organizar desafíos en el Rincón de lo Nuestro.

A diferencia de otros países latinoamericanos, donde la industria de los gallos genera millones de dólares, en Panamá no logra despegar a pesar de su popularidad. El puñado de criadores que se dedica seriamente a esta actividad no está formalmente organizado, las apuestas que generan tampoco están reguladas y los exportadores de gallos se quejan de la falta de incentivos para el negocio.
UNA PELEA INFORMAL
El general Omar Torrijos hizo famoso su gallo “El Fusilero”, al cual no temía apostar grandes cantidades de dinero. Se dice que Manuel Antonio Noriega también era aficionado a las peleas. El exvicepresidente de la República Felipe Pipo Virzi (1994-99) tiene uno de los mejores criaderos en Veraguas. Este es un mundo donde sus protagonistas se conocen por nombre y apellido y las apuestas se hacen solo de palabra.
“Yo he visto apuestas de hasta 25 mil dólares. Aquí se juegan mil dólares a cada ratito”, dice Temístocles Sáenz. En los desafíos, las apuestas se hacen por “peso” (cincuenta centésimos), por lo que nunca se escuchará a alguien hablar de 10 dólares sino de 20 pesos.
Pero detrás de estas exorbitantes apuestas que respaldan los acaudalados amantes de los gallos, se mueve todo un mundo de trabajadores informales que sobreviven gracias a los encuentros gallísticos.
Estos trabajadores incluyen desde el entrenador del ave que puede recibir un salario fijo del dueño o el 20% de las apuestas que genere su pupilo; el juez de valla que regula las contiendas, y el ‘laboratorista’ del gallo, que se asegura de que el animal cumpla con todos los requisitos.

Para la veintena de criadores formales que existe en Panamá, la crianza de estas aves es un pasatiempo sufragado por otras actividades.
“Todos los que tenemos una cuadra de gallos debemos tener un negocio aparte. En la forma en que nosotros lo tenemos, eso cuesta”, reitera Sáenz, quien en la actualidad cuenta con
unos 300 gallos que si quisiera vender -explica- su precio no bajaría de los
30 mil dólares.
Sáenz, junto con otros criadores, impulsa la creación de un club de peleas de gallos que copiará los modelos de países como República Dominicana y Puerto Rico, donde solo los socios pueden participar.
AVES DE EXPORTACIÓN
Para los que sí es un negocio es para los exportadores de estas aves, como José Chen Alba, tercera generación de criadores de gallos, quien ha llegado a vender especímenes a lugares tan lejanos como Chipre, donde le pagaron dos mil dólares.
Esta cifra palidece aún con los 25 mil dólares que han llegado a ofrecer por un gallo en Puerto Rico.
“No es fácil [exportar] porque te encuentras con obstáculos como las líneas aéreas, los requisitos fitosanitarios que te exigen algunos países. Además, se nos han cerrado mercados como Venezuela, donde el presidente Chávez está tratando de erradicar la pelea de gallos”, dice.
Venezuela fue, junto con Colombia y Ecuador, de los primeros países donde Chen Alba exportó sus animales cuando comenzó hace 13 años en el negocio.
Ahora, el criador ha descubierto “mercados atractivísimos”, como las islas del Caribe donde carecen de la capacidad para producir. “Hemos enviado gallos a Aruba. También están Martinica, St. Croix, donde se puede exportar”, dice.
Con los años, Chen Alba ha aprendido empíricamente el arte de exportar a sus “pequeños gladiadores”, como llama a sus gallos. Ahora sabe que en países como Chile o Estados Unidos, los animales deben ser enviados como aves de exhibición y no gallos de pelea. También sabe que pese a haber criado animales por más de una década, aún no es sujeto de crédito. “La otra vez fui al banco a pedir un préstamo y la empleada se me quedó mirando y luego me preguntó: ‘¿Usted está seguro que eso es un negocio?”
Y es que en Panamá se vive una situación muy diferente a países como Puerto Rico, donde las peleas de gallos es toda una industria que según estimaciones oficiales aporta 800 millones de dólares a la economía, genera
40 mil empleos entre directos e indirectos, y atrae a un millón de turistas al año que asisten a los encuentros internacionales que se realizan en las 104 galleras activas en la isla.
En Puerto Rico, inclusive, el Departamento de Agricultura diseñó un programa de préstamos dirigido a los productores de espuelas que les otorgará hasta 100 mil dólares para la compra de equipo.
En Panamá, en cambio, aunque existe una asociación de criadores de gallos de pelea, dista mucho de contar con la organización necesaria para impulsar este tipo de beneficios con
los cerca de 150 mil combates que se realizan anualmente en el país.
Mientras que en Puerto Rico
cuentan con una nueva Ley de Gallos aprobada el pasado 30 de junio por
el Senado y la Cámara de Represen-tantes, que declara estas contiendas como “deporte cultural” y regula la duración y cantidad de peleas por
carteleras, en Panamá estos encuentros se desarrollan al margen de una regulación, ni siquiera para las apuestas que generan.
“Nunca he recibido ninguna instrucción ni ninguna solicitud para regularlas [las peleas de gallos], a pesar de que se dan apuestas”, explica Raúl Cortizo, secretario ejecutivo de la Junta de Control de Juegos adscrita al Ministerio de Economía y Finanzas.
Los combates gallísticos no están incluidos dentro del Decreto Ley 2 de 1998 que reestructuró a la junta y que regula “los juegos de suerte y azar y otras actividades que generen apuestas”, como la hípica y los casinos.
De vuelta en el Rincón de lo Nuestro, en San Miguelito, su dueño, Luis Alberto Camargo, observa cómo uno de sus 16 gallos permanece inmóvil en el ruedo, sangrando. Esta no fue su noche. El juez de la valla declaró que su contrincante se lleva la victoria y los “20 pesos” de la apuesta. “Aquí no existen los milagros”, dice sarcásticamente uno de los asistentes que esta vez puso su dinero al ganador de la batalla, mientras se escuchan las apuestas de la siguiente pelea.
Por: Vianey Milagros Castrellón
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